"Cuando la estrella de cine George Clooney se casó con la abogada
especialista en derechos humanos y símbolo de la moda Amal Alamuddin en
Venecia en 2014, la página web Entertainment Tonight declaró: “La caridad ha sido la verdadera ganadora de esta celebración nupcial multimillonaria”.
La
razón de este triunfo venía de ciertas fotos de boda que se habían
destinado, tal y como puedes suponer, a la “caridad”, el pasatiempo
favorito de los famosos que con tanta frecuencia la convierten en puntos
autopublicitarios y en reputación de corte heroico-mesiánico, eso por
no hablar de las exenciones fiscales.
Los que no somos famosos
hemos estado tan condicionados a percibir la caridad como algo
indefectiblemente beneficioso (en lugar de verlo como una
mercantilización y como una forma de explotación del falso altruismo)
que no parecemos darnos cuenta de la irrealidad del mundo
autocomplaciente de la filantropía de los famosos.
Para muestra un botón: los informes que explican que ONE,
la fundación contra la pobreza de la estrella de la música Bono,
destinaba en 2008 un exiguo 1,2 por ciento de los fondos recaudados a
las personas a las que supuestamente ayudaba. Esos informes no hicieron
nada para evitar la representación de aquel hombre como una especie de
mesías de África.
En el caso de los Clooney, que ahora presiden su propia Fundación Clooney para la Justicia,
la veneración de los famosos y la “Amalmanía” también ha enterrado el
sentido común. En honor a la verdad, parece que la justicia no es una
opción real en un mundo en el que la abogada de los derechos humanos y
filántropa Amal Clooney usa conjuntos por valor de 7.803 dólares.
La obscenidad de la desigualdad
La
población de refugiados sirios en Líbano está asistida en la actualidad
por la organización benéfica de los Clooney. La web de la fundación
destaca: “Los niños son arrojados al trabajo por tan solo dos dólares al
día”. Grosso modo, uno de esos niños necesitaría alrededor de once años
para acumular el capital necesario para la vestimenta antes mencionada
(algo menos si omitimos los accesorios).
No estamos sugiriendo que
haya que calcular y justificar los gastos en relación a los ingresos de
los refugiados sirios; solo señalamos que cualquier tipo de justicia
real exige desmantelar el programa hegemónico neoliberal que provoca
esta desigualdad económica tan obscena.
En Against Charity (Contra la caridad),
un libro de próxima aparición, los autores Julie Wark y Daniel Raventós
lanzan una acusación meticulosa y feroz contra la institución de la
caridad como un elemento clave del orden neoliberal. La filantropía de
los famosos desempeña un papel importante a la hora de mantener a los
necesitados en su lugar y a los poderosos en el poder.
Los
famosos, escriben Wark y Raventós, prestan atención sobre la
desesperación social, pero de inmediato la tapan, dando la impresión de
que los ricos están haciendo algo, pues son los que tienen dinero para
hacer cosas.
Montan galas exuberantemente caras y campañas para
hacerse la foto con niños negros o morenos en lugares de emergencias
humanitarias por todo el mundo. Asimismo, ejecutan otras estrategias
dentro del repertorio filantrópico, lo que en última instancia hace muy
poco por aliviar la pobreza, el hambre, la opresión y el resto de
enfermedades globales que repetidamente se han invocado para tocar la
fibra sensible y así provocar la admiración y la contribución económica
para la causa de turno.
Si la opresión global cesara como por arte
de magia, los ricos filántropos y los famosos tendrían un serio
problema ya que no habría ningún escenario posible donde la justicia
permitiera que el servilmente aclamado “guerrero contra la pobreza” Bill
Gates posea una casa con veinticuatro cuartos de baño o que el siempre
caritativo matrimonio Beckham registre como marca los nombres de sus
hijos.
La falta de contexto
Respecto a la
función de los famosos dentro de un sistema que ve a esas personas como
marcas y productos de consumo, Wark y Raventós advierten que el exceso
de fama ayuda a sostener nuestro modelo consumista al mostrar ejemplos
exaltados del materialismo más desproporcionado. Al mismo tiempo, la
“beneficencia” de los famosos ayuda a blanquear la brutalidad de la
disparidad socioeconómica institucionalizada.
Entretanto, la
creencia de que los famosos pretenden concienciar con sus respectivas
luchas está desprovista del contexto político necesario para comprender
las causas contemporáneas del sufrimiento humano.
Consideren, por
ejemplo, el caso de la famosísima actriz Angelina Jolie, cuya labor como
enviada especial de la Agencia para los Refugiados de las Naciones
Unidas provoca una admiración mediática continua ante su “fulgor”
caritativo.
En sus visitas publicitarias a unas naciones
desgarradas por la guerra y campos de refugiados Jolie, todo un ejemplo
de la perfección sobrehumana, condena la injusticia terrenal mientras
extirpa partes cruciales del puzzle de su lamento.
Este fue el
caso en su discurso de marzo de 2017 en Ginebra, cuando Jolie hizo
referencia al “conflicto en Irak, a la fuente de tanto dolor”, y a
continuación procedió a identificarse como una orgullosa estadounidense y
una firme creyente en la idea de que una nación fuerte, al igual que
una persona fuerte, ayuda a otros a levantarse y a ser independientes.
Da
lo mismo que Estados Unidos (una nación fuerte, por cierto) haya
destruido Irak y haya infligido una muerte y una miseria inmensurables
en la población iraquí.
En Irak y en otras partes, en efecto, las
políticas económicas y militares del país del que está tan orgullosa
nuestra heroína han contribuido a una serie de crisis humanitarias ahora
concebidas de forma abstracta por Jolie & Co (sin ir más lejos, la
hambruna promovida por el bloqueo saudí en Yemen ha estado patrocinada y
alimentada por Estados Unidos).
La hora del espectáculo
Una noticia reciente de portada de la revista Vanity Fair aborda
numerosos aspectos de la vida de la actriz, desde su nueva mansión en
Los Angeles (valorada en unos veinticinco millones de dólares) a su
iniciativa de Prevención contra la Violencia Sexual de 2012, que realiza
junto con el antiguo Secretario de Relaciones Exteriores del Reino
Unido William Hague.
Según la web, la iniciativa aspira a tomar
conciencia del grado de violencia sexual en zonas de conflictos armados y
llevar a cabo acciones globales para erradicarla.
Este Hague es
el mismo que, además de defender fervorosamente la guerra de Irak,
sostuvo en 2015 que solamente porque Irak se lo haya montado mal no
quiere decir que Occidente no deba intervenir en Siria.
Dicho de otro modo: ¡Cuánta prevención de la violencia!
Wark
y Raventós observan que los semidioses nacidos de la cultura de los
famosos son un síntoma de un mal endémico de carácter moral. Como el
capitalismo está hundiéndose en su propio lodazal, la construcción de
mitos es esencial para permitir que el espectáculo continúe.
¡Ojalá cayeran las cortinas, no solo las de la filantropía de los famosos, sino las del mito que los sostiene!"
(Belén Fernández, colabora como editora en la revista Jacobin y
en otros medios como Aljazeera. Sin Permiso, 05/12/17)
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