"(...) Pero ya no somos racistas. En nombre de la raza se aniquiló a millones
de personas en la Segunda Guerra Mundial. Muchas de ellas europeas. El
racismo mató a millones de blancos en manos de otros blancos. Fue así
como se volvió inadmisible.
(...) desde los setenta va tomando forma en algunos países la idea de que la
presencia de ciudadanos venidos de las antiguas colonias amenaza a la
identidad nacional. La alteridad, que ya no puede ser conceptualizada
como raza, necesita de otro envoltorio. Emerge la cultura. (...)
Ya en los noventa la antropóloga Verena Stolcke hablaría del
“fundamentalismo cultural” como la nueva retórica de la exclusión de la
derecha. Una retórica que “entiende la cultura como algo compacto,
estático, inalterable y homogéneo.” (...)
Aquí hay dos opuestos, los nacionales y los extranjeros. Nosotros y los
otros. Aquí, la cultura, sirve para dos cosas: potenciar el conflicto
hacia afuera e invisibilizar las disidencias internas. (...)
Este concepto esencialista de cultura se reprodujo también, hasta cierto
punto, en el discurso pro diversidad cultural de la izquierda.
Aludiendo a los derechos culturales, a los particularismos, se avalan
relaciones de opresión históricas, se legitima como interlocutores a
quienes, sin la excusa cultural, serían antagonistas.
Hablamos con un
imam antes que con un referente de la sociedad civil. En algunos
discursos progresistas, al asumir el pack multicultural
construido sobre esa idea de culturas compactas, ahistóricas, plácidas,
se contribuyó a invisibilizar las tensiones internas dentro de las
comunidades, las distintas interpretaciones de las culturas.(...)
La retórica de la exclusión de la derecha nos dice que el desafío reside
en conservar nuestra identidad. Que si preservamos a Occidente de la
barbarie, abrazaremos de nuevo el progreso. Otro antropólogo, Talal
Asad, se propuso deconstruir qué significa ser europeos para aquellos
que se reivindican como tales frente a las personas de origen
inmigrante.
A grandes rasgos, concluyó que la identidad europea se
define en oposición a otros, principalmente el islam, que es una amenaza
externa e interna al mismo tiempo. Europa como civilización y el islam
como barbarie, ese es el diagnóstico simple que nos venden las derechas
europeas.
Pero para que esa visión sea coherente hay que elegir bien
adónde se mira: se requiere mirar a la Ilustración, el iluminismo, los
derechos humanos, la democracia. Sin embargo, la esclavitud, el
colonialismo, la caza de brujas y la inquisición, el holocausto, todo
esto, ¿no formaría parte de la identidad europea?
No hace falta irse tan lejos ni tan a la derecha. También en la retórica
de la izquierda, en inteligentes y bien documentados artículos y
análisis sobre el terrorismo, se apela a la necesidad de aferrarnos a
“nuestros valores.” ¿Cuáles son nuestros valores? Son los de Trump, los
de los supremacistas blancos, los del Frente Nacional, los de
Intereconomía.
¿Son los valores que permiten que se ahoguen miles de
personas en el Mediterráneo? ¿Son los mismos valores europeos que
justificaron hundir a Grecia para pagar a sus deudores? ¿Son los valores
que respiran bajo los comentarios machistas y racistas en los diarios? (...)" (Sarah Babiker, CTXT, 20/09/17)
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