"(...) “De cada 100 contratos firmados este verano, 92 tuvieron carácter
temporal”. Uno de cada cuatro de contratos celebrados en julio de 2017
presentaron una duración inferior a una semana, mientras que la duración media de todos los nuevos contratos del mes está en sólo 49 días. (...)
La volatilidad de las relaciones laborales requiere acercarse a un
fenómeno de relevancia al que podemos llamar incertidumbre laboral. Esta
situación hace alusión a los efectos que genera en los trabajadores el
temor a la pérdida de un empleo que desean o necesitan mantener.
Refiere
una preocupación por el futuro que trasciende las paredes de la oficina
o el taller, que trasciende el mercado de trabajo, y que afecta, en
realidad, al desarrollo de la vida de las personas al completo. La
incertidumbre condiciona la salud, el carácter, la vida en familia, el
desarrollo social, y también, claro, las conductas de consumo y planes
vitales. (...)
Bajo el dogma de las reformas laborales, cada vez más agresivas y cada
vez más requeridas, la inestabilidad contractual en España, además de
real, cuenta con un marco normativo que da cabida a casi cualquier
práctica. Con mucho acierto, Pérez Infante (Editorial Bomarzo, 2015)
expone que el primer problema no se encuentra en que la normativa
laboral ampare o no ciertos actos, sino en que el mercado de trabajo
español apenas cuente con mecanismos de control. Ergo, todo vale.
Hablamos de la incertidumbre como un fenómeno propio
de las relaciones neoliberales que afecta a Europa de una manera
integral. Los investigadores De Witte y De Cuyper calculan que un 25% de
los trabajadores europeos experimentan incertidumbre laboral respecto a
su futuro (Willey, 2015). Pero ¿qué implica todo esto? Las
consecuencias de la incertidumbre laboral están muy relacionadas con los
efectos del estrés crónico.
Así, la incertidumbre laboral se ha
vinculado en la investigación científica con la enfermedad
cardiovascular y con la percepción general de salud. También se vincula a
los problemas de salud psicológica, tanto cuadros de depresión, como
ansiedad, y con el bienestar psicológico. Por no hablar del
condicionante que representa para las relaciones personales.
Además, no
sólo referimos un fenómeno experimentado de manera individual, sino que
la investigación actual se centra en el análisis del clima de
incertidumbre laboral como un elemento impreso en el modo de hacer de
organizaciones y empresas. Presenta, así, consecuencias para el
bienestar del conjunto de sus miembros, pero también en el curso de la
actividad productiva.
Sin embargo, la literatura sobre incertidumbre laboral
aporta algo verdaderamente importante: la clave está en las condiciones
de trabajo. La solución obvia puede parecer la imposición de contratos
más estables, pero esto no es suficiente. Cuando el puesto de trabajo,
aunque estable, no garantice unas condiciones adecuadas, la
incertidumbre persiste como elemento desestabilizador en las personas.
Esto se sujeta a lo que Precarias a la deriva (Feminist Review, 2004)
denomina como precariedad vital, o lo que Guy Standing recoge en su obra
de El Precariado (Pasado y presente, 2012): la precariedad
emerge de lo laboral, pero mantiene sus efectos mucho más allá.
Así, la
precariedad laboral se analiza como un condicionante que culmina en una
situación de precariedad vital, un modo de vida límite que debemos
asumir como puerta de entrada a la pobreza y a la exclusión social. Tras
todo ello se impone la necesidad de que el análisis de lo laboral
trascienda el interés obvio de la economía, tratándose también como una
cuestión de salud pública.
¿Acaso el ritmo acelerado con el que aumentan
problemas psicológicos como el estrés, la ansiedad y la depresión puede
no tener un fondo social? Según un informe reciente de la Organización
Mundial de la Salud, el 5,2% de la población española sufre depresión, y
el 4,1% trastornos de ansiedad. Además, en 2013 se observaba un aumento
del 19% de los casos de depresión que llegaban a las consultas de salud
mental desde el inicio de la crisis.
Los datos se vuelven dramáticos
cuando profundizamos más. Por ejemplo, en la VII Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo, con
datos de 2011, el 82.1% de las personas con estrés, depresión o
problemas para conciliar el sueño percibían que estas dolencias eran
originadas o agravadas por motivos laborales. Un claro reflejo de la
presencia de este tipo de malestar psicológico en la sociedad son las
cifras de consumo de psicofármacos.
Estamos en el país donde más
ansiolíticos se toman de toda Europa, y el consumo de antidepresivos se
ha triplicado desde el año 2000 hasta 2013, tal y como recoge la Agencia
Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS). Esta cifra se
ha disparado de manera drástica en la población joven, muy castigada por
la crisis laboral y las condiciones laborales abusivas. Según el último
informe del Ministerio de Sanidad, de 2005 a 2013 se ha duplicado el
porcentaje de población de entre 15 a 34 años que ha consumido alguna
vez este tipo de fármacos.
Sin embargo, las carreras de las ciencias de la salud se han empeñado en
los últimos tiempos en tratar las problemáticas derivadas del trabajo
como problemas de salud individual. Como una serie de situaciones
aisladas y concretas destinadas a una intervención caso a caso. El
objetivo ha sido desconectar las consecuencias de los problemas
laborales --problemáticas psicológicas, por ejemplo, de sus causas, los
propios contextos laborales--.
A través de un ejercicio de ingeniería
conceptual, fenómenos como el burn-out ---el síndrome de estar
quemado en el trabajo-, en la literatura psicológica han tomado una
entidad propia creciente como trastorno equiparable al de la depresión.
Esto, que puede parecer baladí, implica que la intervención sobre el burn-out
se centre sobre el trabajador que lo experimenta, ayudando a crear
mejores pautas para afrontar situaciones estresantes, pero nunca, jamás,
como intervención sobre el contexto laboral que realmente desencadena
ese malestar." (Jose A. Llosa. Equipo de investigación Workforall, Universidad de Oviedo., CTXT, 13/09/17)
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