"La publicación, este mes, del informe anual del gobierno alemán
sobre la riqueza y la pobreza, que comprende 600 páginas, ha suscitado
vivas controversias (...)
Las familias pertenecientes al diez por ciento más
favorecido poseen más de la mitad de la riqueza total, mientras que la
mitad menos favorecida de la población se reparte solamente un uno por
ciento de esta riqueza. Además, el crecimiento no favorece a todas y
todos de la misma forma. A este respecto la ministra ha hecho una
comparación reveladora:
“Las cuatro décimas partes menos favorecidas de
la población asalariada han ganado menos en 2015 que a mitad de los
añós 1990”. Una frase de contenido revelador ha sido quitada del informe
final, bajo la presión del ala conservadora de la gran coalición:
“La
probabilidad de que haya un cambio de rumbo político es mucho más
elevada si este cambio está dirigido por un gran número de personas que
disponen de unos ingresos superiores”. (Frankfurter Rundschau del
12 abril 2017). Hay que comprender, en el fondo, que las clases
populares están siendo progresivamente excluidas de los mecanismos de la
democracia burguesa representativa.
Para
aprehender la realidad social de Alemania es útil mirar las estadísticas
de la pobreza compiladas por Eurostat. Según esta plataforma, el número
de personas en peligro de pobreza o de exclusión social se elevaba en
este país a 16,08 millones en 2015, lo que representa el 20% de la
población total. (...)
Las contra-reformas de la “Agenda 2010” (llevadas a cabo por la coalición roji-verde del canciller Gerhard Schröder (SPD) y de Joska Fischer (Verdes), introducidas en 2005 (fecha de la entrada en vigor de la última ley Hartz, llamada Hartz IV [2], ha cambiado de tal modo la faz de Alemania que actualmente puede hablarse, sin exageración, de “sociedad Hartz IV”.
Contrariamente a las promesas que acompañan
habitualmente este tipo de “reformas”, el desempleo masivo no ha sido
suprimido, al mismo tiempo que la pobreza se ha multiplicado, lo que ha
conducido a la degradación del estado de salud de una gran parte de la
población y al deterioro del acceso a la sanidad. (...)
La introducción de un amplio sector de bajos salarios ha llevado a
aumentar masivamente la presión sobre los asalariados, con frecuencia
sujetos a relaciones de trabajo precarias y/o atípicas. Esta presión
provoca problemas de salud, así como enormes coerciones psicosociales
para los asalariados y sus familias.
Desde hace una decena de años, el
aumento de las exigencias de rentabilidad, la caza a los plazos (Terminhetze)
así como el estrés permanente están al orden del día en el mundo del
trabajo, lo que hace enfermar a un gran número de personas. Esta
realidad no ha llovido del cielo sino que la ha conformado la “Agenda
2010” de Gerhard Schröder y las leyes Hartz. (...)
Werner Seppmann, un filósofo alemán, describe Hartz IV como un « sistema
de coerción social », cuyas rígidas reglas actúan mucho más allá de las
personas afectadas por los despidos o el declasamiento social: “Las
reglas de Hartz IV tienen una [función disciplinaria] también para
quienes todavía tienen trabajo, que son asfixiados por el miedo al
desempleo y la degradación de las condiciones de vida que se derivan
automáticamente del régimen Hartz”.
Este provoca un sentimiento de
impotencia a las personas que sufren este régimen de “coerción social”,
el sentimiento de estar a merced de una maquinaria, lo que es
susceptible de quitarles las ganas de vivir. Una de las consecuencias
más devastadoras atribuidas a Hartz IV en gran parte de la literatura
especializada es la pobreza.
Ello se explica por el hecho de que la
llamada “seguridad social mínima para las personas en busca de empleo”
tiene un doble efecto fatal: por una parte, muchas personas, en primer
lugar las que están empleadas en el sector de bajos salarios o las que
tienen el estatuto engañoso de independientes (una empresa que, con
frecuencia, no tiene más que un empleado) utilizan las subvenciones
Hartz IV (Arbeitslosengeld II) a pesar de que no se atreverían o no se
hubiesen atrevido ir al asilo (Sozialamt), avergonzados por tener que
pedir ayuda social para si mismos o su familia.
Por otra parte, millones
de desempleados de larga duración, que eran anteriormente beneficiarios
de las ayudas concedidas a los parados (Arbeitslosenhilfe), o
bien se habrían convertido en beneficiarios, no reciben a partir de
ahora más que una pequeña prestación o incluso no reciben ya ninguna en
absoluto. (...)
Entre las personas afectadas se encuentran numerosos alemanes del Este,
ya que el desmantelamiento masivo de las plazas de trabajo en la ex RDA
ha creado una armada de desempleados y desempleadas de larga duración o
permanentes. (...)
Los jóvenes adultos no obtienen más que contratos de trabajo a tiempo
limitado (CDD) y tratan de solucionarlo trabajando como
pseudo-independientes, con contratos de encargos remunerados por hora (Honorarverträge) o bien con trabajos de auxiliares mal pagados o no pagados en absoluto (“Generación precaria”). (...)
En un informe de investigación publicado por el IAB en 2010, se
encuentra la constatación de que los momentos de carencia en el
avituallamiento (Versorgungsengpässe) de las personas bajo el régimen
Hartz IV son un “fenómeno ampliamente extendido”.
El informe precisa:
“Entre las personas que perciben la ayuda [de Hartz IV], hay que, por
ejemplo, reemplazar una parte de la iluminación eléctrica [de su casa]
por velas, de desabonarse de la línea telefónica, de rechazar
invitaciones [para evitar gastos de ocio], de renunciar a fiestas
familiares como los aniversarios o las fiestas de Navidad.
Se trata
también de la no utilización del sistema sanitario [un eufemismo para
describir la privación de cuidados], de privaciones en la alimentación y
en las dietas prescritas por los médicos, así como de problemas
suscitados por el hecho de que ciertos aparatos electrodomésticos o
muebles no se reparan o reemplazan cuando ello sería necesario”.
Incluso
si la llamada “seguridad social mínima para personas en busca de
empleo” con su montante reglamentario mensual de 399 euros (2015) para
las personas solas o que educan solas a sus hijos, así como la asunción
[por la oficina de empleo] de los costes de vivienda “en una proporción
aceptable”, fuera suficiente solamente para garantizar el nivel mínimo
de existencia en términos socio-culturales, esto significa que cada
error de cálculo o cada restricción debida a una sanción precipita a
los beneficiarios en la pobreza relativa.
Este término engloba
una realidad en la que las necesidades básicas quedan ciertamente
cubiertas – una alimentación suficiente, una vivienda y unos vestidos
apropiados a las condiciones climáticas, acceso a la atención médica
básica – pero donde no son posibles ni la participación en la vida
social y cultural, ni el mantenimiento de relaciones humanas regulares
(con los padres, amigos y conocidos).
En caso de una sanción que prive
de la totalidad de las prestaciones [llamada « Totalsanktion » en el argot de Hartz] , lo
que en la mayoría da casos conduce a una privación absoluta de medios
y, para los menores de 25 años, incluso, a veces, a una pérdida de
vivienda, ya que la oficina del empleo cesa de manera temporal la
asunción del alquiler y de los gastos de calefacción, se presenta
entonces claramente una realidad en que ya se trata de pobreza absoluta, extrema, o sea existencial [9]. (...)
La soledad, el aislamiento social, la resignación, son las consecuencias
casi automáticas de una percepción de las prestaciones Hartz IV durante
un largo período o de manera permanente. La ansiedad ligada al futuro,
las crisis de ansiedad, las variaciones de humor, son verdaderos
obstáculos para el bienestar de las personas afectadas, para el de sus
parejas y el de sus familias.
Los problemas psicosomáticos, que se
manifiestan en forma de dolores de cabeza y dolores de vientre, son para
los miembros de lo que se califica como “familias Hartz IV” , un
problema cotidiano. De la misma forma, se registra en esta franja de la
población un aumento de enfermedades crónicas (asma) así como una tasa
más elevada de embarazos con riesgo y de muerte prematura de bebés.
Los
niños de las “familias Hartz IV” sufren frecuentemente de complejos de
inferioridad, de falta de confianza en sí mismos, de depresión, todos
ellos síndromes que acompañan la percepción de las prestaciones Hartz IV
durante un largo período o de forma permanente. (...)
Lo mismo ocurre respecto a la sensibilidad a las cuestiones de salud,
que está menos desarrollada en los jóvenes perceptores sometidos al
régimen Hartz, lo que se traduce en una higiene dental deficitaria así
como en la negligencia de los controles profilácticos.
La alimentación
malsana extendida en las familias pobres se encarga del resto, lo que
conlleva un riesgo de caer enfermo más elevado en las personas que se
benefician de las asignaciones Hartz IV o sus allegados. Si la pobreza
dura más de un período corto o bien acaba imponiéndose en la vida de una
familia, ello lleva a la enfermedad y contribuye a reducir la esperanza
de vida de las personas afectadas o amenazadas. (...)
La documentación, muy completa, acumulada por Anne Ames permite
hacerse una idea de la inmensa desdicha humana presente en el mundo de
Hartz IV, en que reinan el hambre, la oscuridad, el frío (a causa de
los cortes de corriente eléctrica y de gas provocados por las
sanciones), así como las depresiones y los suicidios provocados por la
desesperación total a que llevan las trabas de las oficinas de empleo
[11].
Mientras que en otros países existen guetos de pobreza y barrios
míseros, los pobres se concentran en Alemania en los barrios miserables
de las grandes ciudades llamadas despreciativamente “zonas de tensión
social” (soziale Brennpunkte) o eufemísticamente “barrios que disponen
de necesidades primarias de ordenación territorial”.
En ellos, los
“abandonados” hacen cola ante los comedores populares que actualmente
llevan el nombre particularmente refinado de “mesas de alimentación”.
Allí, ellos/as reciben ropa salida de las reservas de las organizaciones
caritativas, se proveen de aparatos electrodomésticos en brocanterías o
asociaciones de ayuda mutua y se procuran la mayor parte de los bienes
de consumo necesarios para subsistencia en los almacenes sociales.
A
pesar de que hay más de 1000 “mesas de alimentación”, éstas no consiguen
yugular la pobreza inducida por Hartz IV por la sencilla y buena razón
de que no existen precisamente en las regiones donde harían más falta ,
pero donde no hay ningún sponsor, gran donante o voluntario.
“El grado de avituallamiento [efectuado por las mesas alimenticias] es precisamente el peor allí donde la pobreza es más importante, en muchas partes de la Alemania del este, por ejemplo.”, escribe el sociólogo Stefan Selke en una publicación del 2013 titulada « Schamland. Die Armut mitten unter uns» (Berlin, ECON-Verlag). (...)
Si el país de los “poetas y pensadores” [retomando el slogan de
marketing cultural utilizado en la RFA] se convierte en un país de
“fundaciones caritativas y de donantes” que se encargan de los pobres y
necesitados, ello significa que el Estado se retira completamente de la
responsabilidad que le incumbe en cuanto a la seguridad social de sus
ciudadanos y ciudadanas.
Los motores de esta demisión están ya en
marcha en forma del compromiso caritativo reforzado de los donantes y
del mercado, en plena expansión, de la caridad." (Christoph Butterwegge
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