27.3.17

Ocho años después del inicio de La Gran Recesión, los bancos centrales siguen inyectando 200.000 millones al mes en el sistema financiero mundial para evitar que éste implosione

"(...) Ocho años después del inicio de La Gran Recesión, los bancos centrales siguen inyectando 200.000 millones de dólares al mes en el sistema financiero mundial para evitar que éste implosione. Pero en la actual crisis sistémica del sistema capitalista global, los bancos centrales están perdiendo, aunque ellos no lo crean, el control sobre el valor de su moneda, la situación de sus sistemas financieros y su papel en la economía global.

Sin embargo, hay una pérdida sutil todavía más preocupante desde el punto de vista de quienes realmente mandan. No pueden frenar un descontento social creciente fruto de la cosecha de todo aquello que fueron sembrando durante años de políticas económicas injustas, incluidas aquellas implementadas por los bancos centrales, y que han enriquecido en gran medida a los más ricos a expensas de todos los demás. 

Cuando las personas se empobrecen y empiezan a ser conscientes, y asumen que la culpa no es de ellos, al final, tras el desbordamiento de esa última gota que colma el vaso, acaban enojándose con las autoridades que muñeron las políticas distópicas. Y obviamente se desata la de San Quintín.

La expansión financiera que despega a partir de 1993 obedece a políticas explícitas, y deliberadas. Desde finales de los 80 occidente en general, y muy especialmente Estados Unidos, experimentaba una larga secuencia de crecimientos raquíticos que mostraban las tremendas dificultades para mantener expansiones de la producción, sobre la base de una redistribución de la renta que no conseguía expandir a la clase media, ya entonces muy afectada por una intensa deslocalización que trataba de aprovechar la globalización comercial y financiera. Un proceso simultáneamente acelerado por un continuo cambio tecnológico.

La burbuja financiera, no fue sino una vía para sortear artificialmente los límites que imponía la desequilibrada distribución de la riqueza en el mundo. Las emisiones billonarias de activos financieros derivados, solo servían, y sirven, para sostener una expansión artificial de la demanda, que sortease la caída de la tasa de ganancia del capital y, sobre todo, facilitase la financiación de un gigantesco proceso de acumulación, y la adquisición de riquezas por todo el globo a favor de unas pocas manos.

La continua aplicación de regulaciones, o re-regulaciones a favor de la movilización del capital, es una constante histórica, que desdice la visión ingenua que alude a los problemas de codicia desatada para explicar la actual crisis. Por ello cualquier ejercicio de prospectiva no debe dejar de tener en cuenta las posibles estrategias de las clases dominantes y las configuraciones históricas que dan forma operativa y real a los intereses de las elites.

 A la vista de los acontecimientos, el capital aún sigue pensando que puede darle una vuelta de tuerca al mercado global liberalizado, posicionándose desde hace años para dominar la extracción de rentas especulativas, aprovechando los escenarios de geo-escasez energética y alimentaría, y diseñando, a espaldas del poder democrático, las nuevas arquitecturas financieras globales.  (...)

La política económica implementada en la mayoría de las democracias occidentales desde el inicio de la actual crisis sistémica se diseñó, y continúa dibujándose, al margen de la defensa de los intereses de la ciudadanía. 

No existe la libre competencia, los mercados no son eficientes, el libre albedrio solo genera pobreza, las gerencias corporativas nos han robado como nunca, la autorregulación no funciona, la avaricia de las élites es desmedida, los mercados financieros están fuertemente sobrevalorados.

El objetivo último de las políticas implementadas en diversos campos –económico, social, educativo, judicial,..- es tratar favorecer de manera permanente los intereses de la clase dominante. Nunca en la historia reciente las democracias habían caído tan bajo, con tanto mediocre al frente de distintos gobiernos de diferente pelaje. En eso debemos reconocer que la superclase lo ha hecho muy bien.

 Pero, a diferencia de la portada del The Economist, lo peor no ha pasado. Todo lo contrario, las causas que han originado la actual crisis económica no solo no se han corregido sino que han empeorado. La carga de la deuda en los países desarrollados se ha convertido en un evento extremo utilizando cualquier medida histórica y requerirá de una ola de condonaciones de deuda, negociadas o no. 

Y cuando los mercados financieros, profundamente sobrevalorados, de una vez por todas se den cuenta de ello, el juego se acabó. Al final, a las élites les puede salir muy cara su avaricia porque, como demuestra la historia, las tensiones sociales y el caos les acabarán devorando. Y sino al tiempo."                  (Juan Laborda, Vox Populi, 19/03/17)

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