"El Apollo House, en Poolberg Street, en el centro de la
ciudad, a dos calles del emblemático Trinity College, era conocido por
ser uno de los edificios más feos de Dublín. Diez plantas de granito y
cristal levantadas en los años setenta que antes fueron oficinas y desde
hace años están vacías. Incluso el Gobierno tiene planes de demolerlo
para vender el solar.
Hoy el Apollo, con sus grandes
puertas azules manchadas de óxido y su nombre en letras doradas, se ha
convertido también en un símbolo en Irlanda. En el epicentro del primer
gran movimiento de reacción de la sociedad desde que estallara la crisis
económica hace ya nueve años.
Todo empezó el 16 de diciembre. Durante tres semanas,
decenas de activistas de las organizaciones Irish Housing Network (IHN) y
el movimiento Home Sweet Home habían planeado su ocupación. Se habían
inspirado en las acciones que en España hace la Plataforma de Afectados
contra la Hipoteca (PAH). Incluso les habían pedido asesoramiento.
En 2014, como cuenta Seamus Farrell, de IHN, la PAH organizó un
seminario en Dublín para explicar cómo podían movilizar a los
ciudadanos, qué tácticas emplear y qué ideas se les ocurrían para el
escenario irlandés. Desde entonces el contacto ha sido frecuente y
algunos activistas irlandeses viajaron a Barcelona antes de la ocupación
del Apollo para conocer más sobre el caso español.
"Nos parece muy inspiradora la idea de las asambleas de la PAH", explica
Farrell. "Nosotros hemos empezado a hacerlo el año pasado y es nuestro
gran objetivo a partir de ahora. Extenderlo por Irlanda. Llevarlo a un
nivel más local para poder conectar a la gente, debatir y luchar
juntos".
El objetivo de la acción en el Apollo era dar cobijo a
decenas de personas sin hogar que malviven en albergues públicos, de
pensión en pensión e incluso en la calle. En Irlanda hay 7.000 personas
hoy así, 2.500 de ellas niños.
La idea era aprovechar la Navidad para
denunciar su precaria situación y forzar al Gobierno a que solucione el
problema ofreciendo alternativas seguras y a largo plazo de residencia.
Los organizadores lograron el apoyo público de artistas como el director
de cine Jim Sheridan, los actores Gerry McCann y John Connors o el
músico Glen Hansard. Y la acción alcanzó entonces una dimensión que no
se esperaba.
Desde entonces más de 2.500 personas han
acudido a las puertas del Apollo para ofrecerse como voluntarios y se
han recibido más de 170.000 euros en donaciones. En total 40 personas
sin hogar residían en el edificio, el límite que puso la justicia
mientras se resolvía la sentencia de desalojo dictada pocos días después
de la ocupación y hecha efectiva el jueves.
Michelo,
un chileno entrado en la cincuentena, de frondoso pelo y barba oscuros,
llevaba ya tres semanas alojado allí. Vive en Irlanda desde mediados de
los años setenta, pero durante el último año, tras perder su trabajo y
su casa, vaga de albergue en albergue. "El problema de esos sitios es
que no son seguros.
Son festivales de la droga donde la gente acude a
comprar y a consumir", se lamenta a la puerta del Apollo. En el interior
del edificio, al que eldiario.es ha accedido, disponía de una
habitación para él, de una zona común con televisor y billar, de cocina,
lavandería y servicio médico. Es lo más parecido a una casa que ha
conocido durante los últimos meses.
El caso del Apollo no se limita solo a las personas que
como Michelo han perdido su hogar, sino que por primera vez ha azuzado
las conciencias de los irlandeses y propiciado un debate mayor. El dueño
del Apollo es hoy la NAMA (National Asset Management Agency, en
inglés), la agencia creada en 2009 por el Gobierno para gestionar los
activos tóxicos de los rescatados bancos irlandeses. El equivalente a la
Sareb española. El banco malo irlandés.
Durante los últimos dos años la NAMA, convertida en una de la compañías
propietarias de inmuebles más grandes de mundo, ha vendido 200.000
millones de euros en activos a fondos buitres norteamericanos. Hoy,
90.000 hipotecas irlandeses están en manos de esos fondos. El Apollo se
convierte así en un símbolo, el primero irlandés, contra la gestión que
el Gobierno ha realizado de la crisis y contra esa venta del patrimonio a
los inversores extranjeros.
Lo más interesante del
caso, lo paradójico incluso, es que han pasado ya nueve años desde que
estallara la crisis. Nueve años de rescate, intervención exterior,
recesión y recortes. Y hasta ahora los irlandeses no habían protestado.
Saoirse, un septuagenario que se acerca al Apollo para pedir
asesoramiento porque tiene problemas económicos, cuenta que cuando la troika
llegó a Dublín él acudió a protestar al Parlamento y solo había una
decena de personas como él. "¿Dónde están los irlandeses?", dice que se
preguntó. Hoy confiesa que se siente "avergonzado" por sus compatriotas,
por cómo "han vendido su pasado, su presente y sus familias".
Algunos irlandeses atribuyen la ausencia de reacción social a su
carácter. Al pragmatismo, sobre todo. ¿Para qué protestar si no sirve de
nada? Otros al sentimiento de culpa que deja una cultura y una
educación fervientemente católicas. "Creo que la gente está avergonzada.
Avergonzada de que se tuviera que rescatar al país y avergonzada de lo
que había hecho. De una forma u otra, todos se sentían responsables",
analiza el director de cine Jim Sheridan.
Apunta
también otra causa para esa falta de protestas, lo que denomina "ser un
país exportador". En este caso, de personas. "Aquí, cuando hay
problemas, como hemos hecho siempre, no reaccionamos, sino que nos vamos
del país", dice. Antes de despedirse, Sheridan me pregunta: "¿Cree
usted que la gente en España está contenta por esto que sucede en el
Apollo?".
Casi un mes después de que empezara la
ocupación, el jueves alcanzó su punto de inflexión. El edificio fue
finalmente desalojado y los residentes trasladados a nueva residencias.
Los organizadores debatían entre proseguir la ocupación o finalizarla si
se conseguía esa alternativa a los albergues. Frente a la amenaza
judicial optaron por no poner en peligro a los residentes.
Pero a muchos les queda el latido de fondo de que Apollo House no puede
terminar con Apollo House y de que no debían dejarlo. Y ahora
discutirán cómo continuar el movimiento. Si volver a ocuparlo y
convertirlo en el símbolo de una causa mayor, no limitada solo a la
gente sin hogar, sino a los precios de las casas, a los abusos en los
alquileres y a esos fondos buitres, o quedarse con la victoria parcial
que ha supuesto hasta ahora.
De nuevo la pugna entre el pragmatismo irlandés y un idealismo y una
reacción que en una década no había germinado y que ningún irlandés se
atreve a pronosticar ahora tampoco si florecerá con la primavera.
Dependerá del Apollo. Del efecto que deje este edificio decadente y gris
con el nombre del Dios del Olimpo que mostraba a los hombres sus
pecados pero que también podía purificarlos." (eldiario.es, 14/01/17)
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