"Nos adentramos en uno de los mayores misterios
de Estados Unidos en este momento: ¿qué es lo que motiva a los
seguidores de Donald Trump? Lo llamo misterio porque las personas
blancas de clase trabajadora que forman la base de seguidores de Trump
se juntan en cifras sorprendentes a favor del candidato, llenan
estadios, hangares de aeropuertos, pero sus puntos de vista no suelen
aparecer en los periódicos de prestigio.
En sus
páginas de opinión, estos rotativos se preocupan por representar a casi
todos los estatus sociales pero el de los trabajadores de 'cuello
azul' suele pasarse por alto. Los puntos de vista de la clase
trabajadora son tan ajenos a este universo que cuando el columnista de The New York Times Nick Kristof quiso incluir una conversación con un seguidor de Trump, se lo tuvo que inventar, así como las respuestas que esta persona imaginaria daba a sus preguntas.
Cuando los individuos de la clase profesional desean
entender a la clase trabajadora, normalmente consultan a los expertos en
esa materia. Y cuando piden a estas fuentes de autoridad que expliquen
el movimiento a favor de Trump, ellos siempre se centran en un aspecto:
la intolerancia.
Solo el racismo, explican, es capaz de dar alas a un
movimiento como el de Trump, que gana fuerza dentro del partido
republicano igual que un tornado atraviesa casas de lujo de mala
calidad. (...)
Trump parece ser un racista por lo que se puede intuir que el racismo
debe ser una de las motivaciones de sus legiones de seguidores. Y por
eso, el sábado, el columnista de The New York Times
Timothy Egan culpó a la gente por el racismo de su líder: “Los
seguidores de Donald Trump saben exactamente lo que apoya: odio a los
inmigrantes, superioridad racial, una indiferencia cómica hacia el
civismo básico que cohesiona a la sociedad”.
Todos los días se publican historias maravillosas sobre
la estupidez de los votantes de Trump. Los artículos que tachan a los
seguidores de Trump de intolerantes se cuentan por cientos o por miles.
Los firman los conservadores, los progresistas o los profesionales
imparciales. El titular de una columna del Huffington Post lo dijo clara y llanamente: “Trump ganó el supermartes porque Estados Unidos es racista”.
Por poner otro ejemplo, un reportero de The New York Times
demostró que los fanáticos de Trump eran intolerantes a través de
juntar un mapa con los apoyos a Trump con otro sobre la búsqueda de
términos racistas en Google.
Todo el mundo lo sabe: las pasiones de los
seguidores de Trump no son más que los tintineos ignorantes del hombre
blanco americano, que ha llegado a la locura por la presencia de un
hombre negro en la Casa Blanca. El movimiento Trump es un fenómeno de
una sola cara, una gran oleada que relaciona odio y raza. Sus
partidarios no solo son incomprensibles sino que realmente no vale la
pena llegar a comprenderlos.
O eso es lo que nos dicen. La semana pasada, decidí ver
varias horas de diferentes discursos de Trump. Vi al hombre que divaga,
cuenta, amenaza e incluso se regodea cuando algunos de sus detractores
son expulsados de sus mítines. Yo estaba indignado por esas cosas, del
mismo modo que Trump me ha desagradado durante los últimos 20 años.
Pero
también me di cuenta de algo sorprendente. En cada uno de los discursos
que vi, Trump pasó una buena parte de su tiempo hablando de una
preocupación puramente legítima, un asunto que podríamos
considerar de izquierdas.
Sí, Donald Trump habló de
comercio. De hecho, teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que pasó
repasando este tema, es muy posible que el comercio sea su única y gran
preocupación, y no la supremacía blanca. Ni siquiera su plan para
construir un muro en la frontera con México, aquel controvertido tema
que le dio fama política.
Durante el debate del 3 de marzo lo volvió a
hacer: cuando le preguntaron sobre su excomunión política por Mitt
Romney, Trump regateó el envite y empezó a hablar de... comercio.
Parece estar obsesionado con eso: los tratados de libre comercio que
han firmado nuestros líderes, las numerosas empresas que han trasladado
sus centros de producción a otros lugares, las llamadas que hará a los
presidentes de esas empresas para amenazarlos con elevar los aranceles
si no vuelven a Estados Unidos.
Trump adorna esta
visión con otra de sus ideas de izquierda: bajo su dirección, el
Gobierno podría “empezar a hacer una oferta competitiva en la industria
farmacéutica” (para reducir el precio de los fármacos). “¡No tenemos una
oferta competitiva!”, exclamaba asombrado y habla de otro asunto real,
el despilfarro legendario que se produjo bajo el Gobierno de George W.
Bush.
Trump extiende sus críticas al ámbito militar, describiendo cómo
el Gobierno está obligado a comprar aviones pésimos pero muy caros
gracias a la influencia que ejercen los grupos de presión de
la industria.
De este modo llegó su curiosa
propuesta: como él mismo es tan rico, detalle del que suele presumir, no
se va a ver afectado por estos grupos de presión empresariales ni por
las donaciones. Debido a que está libre del poder corruptor de la
financiación de campañas, el famoso negociador Trump puede hacer ofertas
en nuestro nombre que serán “buenas” en vez de “malas”.
La posibilidad
de que en realidad lo consiga, por supuesto, es pequeña. Él parece
ser un hipócrita en este tema, igual que en otros muchos. Pero al menos
Trump habla de estas cosas.
La clave para entender su éxito
Todo esto me sorprendió porque, en todos los artículos que había leído
de Trump en los últimos meses, no recordaba que el comercio entrase a
colación muy a menudo. Aparentemente Trump abandera una sola cruzada
relacionada con los blancos. ¿Cabe la posibilidad de que el comercio sea
una clave para la comprensión del fenómeno Trump?
El comercio es un tema que divide a los estadounidenses
en función de su estatus económico. Para la clase media, que incluye a
la amplia mayoría de estrellas mediáticas, los economistas, los altos
cargos federales y los demócratas poderosos, lo que denominan 'libre
comercio' es algo tan obviamente bueno e incluso noble que no requiere
explicación o consulta, ni siquiera que se piense mucho en ello. Los
líderes republicanos y demócratas están de acuerdo en esto a partes
iguales, y nada puede hacerles salir de su modelo económico soñado.
Para el resto, el 80% o el 90% de Estados Unidos, el comercio significa
algo muy diferente. Hay un vídeo que recorre Internet en los últimos
días que muestra una sala lleno de trabajadores en una fábrica de
aparatos de aire acondicionado en Indiana a la que informan de que la
fábrica se va a trasladar a Monterrey, México, y que todos van a perder
sus puestos de trabajo.
Mientras lo veía, pensé en
todos los debates sobre comercio que hemos tenido en este país desde el
principio de los 90, todas las dulces palabras que nuestros economistas
han dedicado a las delicias del libre comercio, todas las formas en que
la prensa se burla de quienes dicen que acuerdos como el Tratado de
Libre Comercio del Atlántico Norte permiten que las empresas se lleven
el empleo a México.
"Que te jodan"
Bueno, ahí está el vídeo de la
empresa que se muda a México, cortesía de NAFTA (siglas en inglés del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Esto es lo que aparece.
Uno de los ejecutivos de Carrier habla en un tono familiar y
profesional sobre la necesidad de “ser competitivo” y “de ser
extremadamente sensible con los precios de mercado”. Un trabajador grita
“que te jodan” al directivo. Tras esto, el directivo pide que estén
callados para poder “compartir” su “información”. Su información es que
todos ellos perderán su empleo.
No tengo ninguna
razón especial para dudar de que Donald Trump es un racista. O lo es o,
como el cómico John Oliver dice, pretende hacerse pasar por ello, lo que
viene a ser lo mismo. Pero hay otra manera de interpretar el fenómeno
Trump. El mapa de sus apoyos combinado con búsquedas racistas también se
puede cruzar mejor con la desindustrialización y la desesperación, con
zonas de miseria económica provocadas por 30 años de libre mercado
dictado por Washington.
Hay que destacar que a Trump
no le falta razón en sus ataques a esa empresa de aire acondicionado de
Indiana que aparece en el vídeo de sus mítines. Eso sugiere que se está
refiriendo tanto a la indignación por la economía como al racismo.
Muchos de sus seguidores son fanáticos, no hay duda, pero muchos más
probablemente están entusiasmados con la perspectiva de un presidente
que parece decir lo que piensa cuando critica nuestros acuerdos
comerciales y promete acabar con el empresario que te despidió y que
destrozó tu ciudad, no como Barack Obama y Hillary Clinton
Este es el hecho más relevante sobre sus seguidores: cuando hablamos de
gente blanca, de la clase trabajadora que le apoya, en vez de imaginar
simplemente todo aquello que ellos quizá dicen, nos encontramos con que
lo que más les preocupa a estas personas es la economía y el lugar que
ellos ocupan en la misma.
Esto es lo que sacó a la luz un estudio
publicado por Working America, una organización política dependiente de
la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones
Industriales (AFL-CIO), que entrevistó a 1.600 votantes blancos de clase
trabajadora de los suburbios de Cleveland y Pittsburgh en diciembre y
enero.
"Más miedo que odio"
El estudio
reveló que el apoyo a Donald Trump es alto entre esas personas, incluso
en los que se identificaban a sí mismos como demócratas, y no porque
todos deseen que un racista ocupe la Casa Blanca. Lo que hace que Trump
se convierta en el líder favorito es “su actitud”, su contundencia y su
forma directa de hablar.
En cuanto a las cuestiones que suele referirse,
“la inmigración” se sitúa en el tercer puesto de sus preocupaciones,
muy por detrás de la preocupación número uno de estos estadounidenses:
“buenos puestos de trabajo y economía”.
"La gente tiene más miedo que odio", es la descripción del estudio que me hace Karen Nussbaum, directora de
Working America. La encuesta "confirma lo que escuchamos siempre. La
gente está harta, la gente sufre, están descontentos por el hecho de que
sus hijos no tienen futuro" y "porque no ha habido una recuperación
tras la recesión, porque todas las familias sufren de una manera u
otra".
Tom
Lewandowski, presidente del Consejo del Trabajo del Noreste de Indiana,
lo dejó aún más claro cuando le pregunté por los partidarios de Trump de
clase trabajadora. "Esta gente no es racista, no más que el resto",
dice de los seguidores de Trump que conoce. "Cuando Trump habla de
comercio, pensamos en el Gobierno de (Bill) Clinton, primero con NAFTA y
luego con China (los acuerdos comerciales con Pekín), y aquí en el
noreste de Indiana eso supuso una hemorragia de empleos".
"Ven todo eso, y aquí aparece Trump hablando de comercio de forma muy
extraña, pero al menos representa sus sentimientos. Tenemos a todos los
políticos apoyando todos los acuerdos comerciales, y apoyamos a esa
gente, y luego tenemos que luchar contra ellos para conseguir que nos
representen".
Y ahora, paremos un momento y
examinemos esta perversidad.
Los partidos de izquierda en todo el mundo
se fundaron para mejorar el destino de los trabajadores. Pero el partido
de izquierdas en EEUU –uno de los dos del duopolio– eligió hace tiempo
dar la espalda a las preocupaciones de estas personas, convirtiéndose en
el estandarte de la clase profesional ilustrada, una "clase creativa"
que hace cosas innovadoras como los derivados financieros y aplicaciones
para smartphones.
Los trabajadores por los que el partido se preocupaba
antes no tienen otro sitio dónde ir, piensan los demócratas, por usar
la famosa expresión de los años de Clinton. El partido ya no cree que
deba escucharlos más.
Lo que
Lewandowski y Nussbaum están diciendo debería ser obvio para cualquiera
que se haya atrevido a mirar más allá de los prósperos enclaves de las
costas Este y Oeste. Los acuerdos comerciales mal diseñados, los
generosos rescates de bancos, los beneficios garantizados para las
empresas de seguros, pero sin una recuperación económica real para la
gente corriente... todas estas políticas están dejando su sello.
Como
dice Trump, "hemos reconstruido China y por el contrario nuestro país se
cae a trozos. Nuestras infraestructuras se están cayendo a trozos.
Nuestros aeropuertos parecen del Tercer Mundo".
Los mensajes de Trump dan forma al contraataque populista contra el
liberalismo que ha ido cobrando forma lentamente durante décadas y
podría llegar a ocupar la Casa Blanca, cuando todo el mundo se verá
obligado a tomar en serio sus locas ideas.
Sin embargo, aún no podemos afrontar esta realidad. No sabemos admitir
que nosotros, los de ideas progresistas, tenemos alguna responsabilidad
en el ascenso de Trump, a causa de la frustración de millones de
personas de clase trabajadora, de sus ciudades arruinadas y sus vidas en
caída libre.
Es mucho más fácil burlarse de ellos por sus almas
retorcidas y racistas, y cerrar los ojos ante la evidente realidad de la
que el trumpismo es sólo una expresión vulgar y cruda: que el
neoliberalismo ha fracasado por completo." (The Guardian
- Thomas Frank, en eldiario.es, 08/03/16)
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