"(...) La curvatura del eje ideológico (normalmente una línea recta
entre la extrema izquierda y la extrema derecha) también parece
producirse cuando estalla una crisis de gran calado. Lo que los
intelectuales de cabecera de Podemos denominan “un momento populista”.
Y ese “momento de ruptura” (resultado de la suma “de demandas sociales
insatisfechas”) convertiría el eje ideológico en una especie de
herradura en la que los extremos casi se tocan e invaden la franja de
las grandes mayorías. Es una hipótesis que maneja la ultraderecha.
(...) el auge actual de la mayoría de las formaciones populistas no puede
entenderse sin un acompañamiento clave: la presencia de importantes
fenómenos migratorios (vistos como una amenaza que explica las
penalidades e incertidumbres presentes y futuras). Y de ahí que los
emergentes partidos populistas del centro y norte de Europa tengan la
xenofobia como uno de sus rasgos comunes.
Ahora bien, su crecimiento
–muy especialmente en Francia– sólo puede explicarse por una penetración
en los espacios electorales de la izquierda sociológica; es decir, la
clase trabajadora autóctona. El fascismo ya lo ensayó en el periodo de
entreguerras mediante el social-populismo.
Eso significa que para seducir a la clase obrera, esas
formaciones de ultraderecha han combinado su populismo con una defensa
del estado del bienestar y de los derechos de los trabajadores, propia
de la izquierda socialdemócrata.
De ahí que algunos de esos partidos se
presenten como defensores “de la clase obrera sin socialismo”. El
nacional-populismo habría reemplazado así a los partidos comunistas en
la defensa retórica del proletariado.
Claro que, frente al populismo de signo conservador que
arrolla en el centro y norte de Europa, en el sur del continente ha
prosperado un populismo de izquierda radical, que ha crecido a costa
(pero no sólo) de la tradicional izquierda socialdemócrata.
Y ahí se
ubicarían Syriza y Podemos, o el inclasificable Movimiento 5 Estrellas
del cómico Beppe Grillo. Y aunque la gran diferencia la marca la
xenofobia (de modo que la ultraderecha tiene como principal enemigo “a
los de enfrente”, y la nueva izquierda radical, “a los de arriba”), las
coincidencias son amplias en el rechazo a la globalización y a los
modelos liberales.
Estos grupos no crecen tanto por méritos propios como por
el hecho de que el contexto de crisis, corrupción y desempleo (o
subempleo) genera un momento populista de desesperación y desconcierto. Y
ese contexto distorsiona los espacios políticos y sitúa los discursos
extremistas en el terreno de unas mayorías que se han radicalizado y se
han ido a los extremos. De ahí las puntas electorales de Syriza (36%).
Grillo (26%) o Unidos Podemos (21%).
En el caso español, la pregunta es hasta qué punto Podemos
opera electoralmente como un genuino movimiento populista o es sólo una
variante actualizada de la izquierda radical, crecida al calor de la
crisis (como la alemana Die Linke o sus homólogas del norte de Europa). Y
la respuesta se inclina más bien por esta última opción.
Es verdad que
el Podemos de las elecciones del 2015 reunía un voto transversal, pues
casi un 20% de sus electores procedía del PP o de otras fuerzas de
centro. Sin embargo, el 70% lo componían desencantados del PSOE e IU.
Además, aunque esos votantes presentaban rasgos propios del electorado
populista, se ubicaban en el abanico de la izquierda y exhibían bajos
niveles de españolismo y religiosidad.
Y si se atiende a la composición social del voto a Unidos
Podemos, su correlación va en dirección contraria a la que reflejan los
grupos nacional-populistas europeos. Menos de un 15% de los obreros
votaron a Iglesias el 26-J (un tercio de los que en Francia lo hacen a
Le Pen y por debajo de los que apoyaron a Rajoy y al PSOE). En cambio,
más del 20% de las nuevas clases medias y altas apostaron por Podemos
(hasta cinco puntos más que por el PP, cuyo caladero son las viejas
clases medias, y el doble que por el PSOE).
Por ello, y con vistas a las expectativas
electorales de futuro, el mensaje xenófobo como principal diferencia
entre los populistas de ultraderecha y el “populismo perfeccionista” de
Podemos, con su promesa de un autogobierno de los ciudadanos, tiene unas
implicaciones decisivas sobre el crecimiento potencial del voto. El
techo de Podemos viene determinado por el contingente de sufragios que
pueda arrebatar al PSOE.
Los espacios que nutren el espectacular ascenso
de la extrema derecha europea –una suerte de nueva alianza entre los
obreros autóctonos y las clases medias– parecen por ahora vedados al
progresismo de Pablo Iglesias y sus seguidores. El“ pueblo de la
ultraderecha es mucho más amplio electoralmente que el pueblo que invoca
la izquierda radical." (Carles Castro, La Vanguardia, 28/11/16)
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