"Sin lugar a dudas, EEUU está viviendo una situación política de enorme importancia (...) La novedad en esta situación es la
existencia de un candidato a la presidencia del gobierno federal (el
candidato republicano, el Sr. Donald Trump) que ha sorprendido a la
estructura de poder político de EEUU y de sus aliados, por representar
una sensibilidad política que tal establishment percibe como amenazante.
Es interesante señalar que hay elementos
comunes y semejanzas históricas entre lo que pasó en Europa en los años
treinta, con el surgimiento del nazismo y del fascismo en este
continente, y lo que pasa ahora en EEUU. Ni que decir tiene que la
historia nunca se repite miméticamente.
Nunca lo ocurrido en el pasado
se reproduce ahora en el presente de una forma idéntica. Pero tal
observación no niega la posibilidad de que existan elementos parecidos y
situaciones en común entre los años 30 en Europa y ahora en EEUU. (...)
¿Por qué la aparición de Donald Trump y su éxito?
(...) La evidencia de que el impacto de los
llamados tratados de libre comercio ha sido sumamente negativo para el
bienestar de la clase trabajadora es enorme. Desde que el presidente
Clinton firmó el tratado de libre comercio en 1994 entre EEUU, Canadá y
México (NAFTA por sus siglas en inglés), quince fábricas por día han
dejado EEUU en busca de países con salarios más bajos y con menor
protección social.
Como consecuencia, seis millones de puestos de
trabajo en el sector manufacturero han desaparecido. Un ejemplo entre
miles es United Technologies Corporation (UTC), en Indiana, que pagaba a
sus trabajadores 20 dólares por hora. En México, pagaba solo 3 dólares.
UTC despidió en Indiana a más de mil trabajadores y se desplazó a
México.
Y así miles de fábricas, primordialmente del sector
manufacturero, que era el centro de la clase trabajadora bien pagada.
Hay que aclarar que UTC, cuando decidió desplazarse a México, no tenía
pérdidas.
Todo lo contrario, tenía unos beneficios considerables. Pero
la dirección de la empresa consideró que los beneficios serían incluso
más elevados en caso de situarse en México. En realidad, tal
desplazamiento de puestos de trabajo ha sido la mayor causa de
destrucción de empleo en los Estados industriales de EEUU (mucho mayor
que la creada por la revolución digital o robótica).
En Estados como
Ohio, Michigan, Pensilvania y otros, el porcentaje de la población
trabajadora en los sectores manufactureros ha descendido desde la
aprobación del NAFTA de una manera muy notable (en Ohio, 300.000 puestos
de trabajo en la manufactura, pasando de representar tales puestos un
24% a solo un 15%; un tanto semejante en Michigan, donde pasaron del 24%
a un 16%; y así en otros Estados industriales).
El gran coste de los tratados de libre comercio para la clase trabajadora
Esta movilidad de empresas facilitada
por los tratados de libre comercio ha sido devastadora para los
trabajadores de la manufactura (que estaban entre los mejor pagados en
EEUU). Zonas enteras de este país han pasado de estar en una buena
situación económica a una situación desastrosa.
Y la calidad de vida de
grandes sectores de la clase trabajadora manufacturera ha sido afectada
muy negativamente. En realidad, la esperanza de vida de la clase
trabajadora blanca (años de vida que una persona vivirá como promedio)
se ha reducido durante estos años de neoliberalismo.
Y de ahí el enorme enfado de esta clase
trabajadora de EEUU con el establishment político, y muy en especial
contra el establishment federal, al cual se le percibe correctamente
como el instrumento de la clase corporativa (los directivos,
propietarios y gestores de las grandes corporaciones o empresas que se
desplazan a otros países), que se ha beneficiado enormemente de la
globalización de sus empresas a costa del bienestar de sus trabajadores
en EEUU.
Por cierto, estas inversiones en países
con salarios bajos tampoco benefician a los trabajadores de los países
“pobres” receptores de tales industrias, pues aun cuando es cierto que
tales inversiones crean puestos de trabajo, también hay que darse cuenta
de que destruyen muchos más puestos de trabajo en las empresas medianas
y pequeñas locales, que no pueden competir con las grandes empresas
procedentes de los países “ricos”, pues las leyes de libre comercio
siempre favorecen a estas últimas sobre las locales, a las cuales se
fuerza a abandonar cualquier tipo de proteccionismo, sin el cual tales
industrias locales no pueden surgir.
Hay que recordar, por cierto, que todos los países hoy desarrollados
fueron proteccionistas a fin de permitir su desarrollo económico. Y que
incluso hoy tales países “ricos” son altamente proteccionistas. La
incorporación de los países subdesarrollados en tales tratados de libre
comercio, imponiéndoles la eliminación de medidas proteccionistas, los
condena al subdesarrollo. (...)
Es en este contexto que se entiende el éxito electoral del candidato
Trump. Durante las primarias del Partido Republicano, tal candidato fue
el único que exigió la eliminación de los tratados de libre comercio
(desde el NAFTA hasta el nuevo tratado de EEUU con los países del
Pacífico), utilizando una narrativa antiestablishment (acusando al
gobierno federal de facilitar tales tratados) que lo ha hecho sumamente
atractivo para la clase trabajadora estadounidense.
Su postura
antiestablishment incluye también una crítica a otra dimensión del
gobierno federal, al cual acusa de favorecer en sus políticas públicas
sociales a las minorías (negros y latinos) y a las mujeres a través de
sus políticas antidiscriminatorias, que se financian -según él- con los
impuestos aportados por la clase trabajadora blanca.
Para entender la
capacidad movilizadora entre la clase trabajadora blanca de esta
crítica, hay que ser consciente de que el sistema fiscal estadounidense
tiene muy escasa capacidad redistributiva vertical (de las rentas
superiores a las rentas inferiores).
De ahí que sea percibido por las
clases populares como redistributivo de tipo horizontal (por ejemplo, de
la clase trabajadora blanca a la negra). Los beneficios sociales
públicos en EEUU no son universales (es decir, que todo ciudadano o
residente tiene derecho a ellos), sino que dependen del nivel de renta,
convirtiéndose en programas de tipo asistencial para los pobres,
humildes y necesitados (entre los cuales, la población negra y latina
está sobrerrepresentada).
De ahí que el Estado sea percibido como un
Estado asistencial para con los negros (a los que se presume pobres),
con programas financiados por los blancos. Y en esta percepción el
Partido Demócrata es considerado como favorecedor de esta política
social de tipo asistencial, no universal, orientada a facilitar la
integración de las minorías y de las mujeres dentro del orden
establecido, sin cuestionarlo.
Y es ahí donde el lenguaje y la narrativa
de Donald Trump, claramente anti políticamente correcto, empleados en
un tono provocativo, se convierten en un elemento movilizador por sus
características antiestablishment. (...)
Donald Trump tiene características muy
semejantes a las del fascismo europeo: un nacionalismo extremo de
carácter racista y machista, que asigna al país una superioridad moral,
profundamente autoritario, caudillista y antidemocrático, que alega
representar al trabajador sin voz, explotado por el establishment
político del país.
Y su aparición como fenómeno político responde a una
situación de gran cuestionamiento de la legitimidad de dicho
establishment. Y es este, precisamente, el punto en común con lo que
ocurrió en los años treinta en Europa.
El surgimiento del nazismo y del
fascismo fue una consecuencia de la Gran Depresión. El enorme rechazo
hacia el sistema capitalista por parte del mundo obrero hizo surgir
movimientos contestatarios, bien de sensibilidad socialista, bien de
sensibilidad comunista, que amenazaron las estructuras del poder
económico y financiero de Europa. Fue en este contexto que apareció el
movimiento nazi y fascista, con la intención de destruir y substituir a
tales movimientos contestatarios.
Y para ello utilizó lenguajes,
discursos y símbolos próximos a aquellos partidos. Hay que recordar que
el nazismo se autodefinió como nacionalsocialismo, utilizando argumentos
que estaban enraizados en el ideario del movimiento obrero. En España,
por ejemplo, los colores del partido fascista eran los colores del
movimiento anarcosindicalista.
Hoy, la enorme crisis social, causada
por la imposición de políticas públicas neoliberales que han afectado
muy negativamente al estándar de vida de la clase trabajadora, ha
generado un sector profundamente antiestablishment que han canalizado
Trump y el candidato demócrata Bernie Sanders, los únicos candidatos que
hablan de y a la clase trabajadora.
La gran diferencia entre los dos es
que mientras los grandes medios han dado gran visibilidad a Trump (que
nunca ha cuestionado a la clase capitalista, proponiendo políticas
tributarias claramente favorables a estas rentas superiores derivadas
del capital), han silenciado a Bernie Sanders, pues su mensaje
socialista entraba en claro conflicto con dicha clase capitalista. En
realidad, canalizar el enfado a través de Trump era un objetivo de los
medios de información, en lugar de que se hiciera a través de Sanders.
Ni que decir tiene que la clase
capitalista (conocida en EEUU como la clase corporativa -the Corporate
Class-) prefiere a una persona del mismo establishment, como la Sra.
Clinton, que al candidato Trump, en parte debido a la imprevisibilidad
de este último. Pero en este escenario el mayor “enemigo” es Sanders, al
cual había que parar por todos los medios.
(...) será difícil para la Sra. Clinton, que es percibida ampliamente como
representante del establishment, poder capitalizar esta vulnerabilidad
del Sr. Trump. Sin lugar a dudas, el candidato Sanders hubiera podido
mostrar las falsedades del Sr. Trump más fácilmente que la Sra. Clinton.
Las encuestas mostraban que Sanders ganaba a Trump por unos porcentajes
mayores que la Sra. Clinton. (...)"
(Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 11 de agosto de 2016; en www.vnavarro.org, 11/08/16)
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