"(...) ¿Qué está pasando? ¿Por qué los obreros de Leeds o de Manchester o
las clases medias acomodadas de Londres no hacen caso a sesudos informes
en los que se advierte de las diez plagas de Egipto? ¿Por qué es papel
mojado todo lo que venga de la verdad oficial?¿Es un problema de
legitimidad?
O, simplemente, estamos en una realidad mucho más sencilla:
los análisis macroeconómicos han fallado tanto en los últimos años,
como sostiene el euroescéptico exalcalde de Londres, Boris Johnson, que
no tienen ninguna credibilidad. No le falta razón. La sensación de que
los informes oficiales están hechos al gusto del gobernante de turno es
creciente. (...)
Existe, sin embargo, una segunda razón de mayor peso que la inmensa
mayoría de los análisis macroeconómicos obvian cuando confían en la
eficiencia del funcionamiento de los mercados: el creciente malestar
sobre los efectos sociales y económicos de la globalización.
Y es que,
en realidad, el Brexit no es solo un referéndum sobre la permanencia del
Reino Unido en la UE, sino, sobre todo, se trata del primer gran
plebiscito sobre las consecuencias económicas de un mundo sin fronteras.
Los
capitales pueden desplazarse libremente (hasta el punto de coaccionar a
los gobiernos en busca de mayores facilidades para la inversión); la
inmigración por causas estrictamente laborales es ya un fenómeno de
masas (provocando ‘dumping salarial’ y una precarización de las
relaciones laborales) y la lucha por conseguir una misma prestación
social -pobres contra pobres- se ha convertido en un asunto cada vez más
relevante en los barrios obreros.
Como ha escrito el economista Nick Greenwood*, el debate sobre el Brexit
“viene a sustituir una discusión más amplia en torno a los costes y los
beneficios de la globalización”. (...)
Ni siquiera el ‘proyecto miedo’ que encarnan los partidarios del ‘no’ al
Brexit ha conseguido doblegar la fuerza de quienes salirse de la UE.
Chovinismo europeo. (...)
Hoy, cualquier ciudadano se siente con legitimidad -una especie de
justicia de clase- para reivindicar los réditos del Estado de bienestar.
Entre otras cosas, porque se ha construido sobre sus impuestos, y ese
es un argumento muy serio. Hay razones objetivas para estar indignados
con el sistema.
Cuando esos dividendos no llegan, por las razones
que sean, muchos contribuyentes se sienten estafados y encuentran
numerosos argumentos para dar su respaldo a movimientos populistas.
Sobre todo cuando algunas élites se han apropiado de la política, hasta
convertirla en algo endogámico. Completamente alejada de los ciudadanos.
En particular, en países como España, donde el sistema electoral ha
favorecido la creación de castas en el seno de los grandes partidos.
Tanto
la globalización como el ensanchamiento de la desigualdad (en buena
medida impulsada por la innovación tecnológica y los muy desiguales
avances de la productividad en función de los distintos sectores
productivos) son, en realidad, las dos caras de una misma moneda que
explican el auge de los populismos.
Un fenómeno alimentado por un
sistema fiscal que premia a las grandes corporaciones frente a las
clases medias. En 2013, se descubrió en el Reino Unido que compañías
como Google, Amazon o Starbucks apenas pagaban impuestos utilizando
complejas argucias de planificación fiscal. Los Papeles de Panamá son
más de lo mismo, y abundan en el hartazgo hacia la política tradicional
que privilegia a unos frente a otros.
En realidad llueve sobre
mojado. Las cancillerías europeas se estremecen ahora por el Brexit.
Pero nada dijeron cuando Fred Goodwin (50 años por entonces), el
banquero más odiado del Reino Unido, pactó con el Gobierno una pensión
vitalicia anual de unas 700.000 libras (unos 875.000 euros) pese a que
durante su alocado mandato el RBS necesitó 20.000 millones de libras de
dinero público para poder seguir operando.(...)
Hay sectores -pequeños comerciantes, profesionales, agricultores o
autónomos- especialmente vulnerables, y son ellos precisamente ellos
quienes desconfían de la vieja política. Las clases medias que sufren
por la irrupción de una competencia que consideran desleal.
Ese es
el caldo de cultivo en el que se mueven los partidarios del Brexit. Sin
duda, con argumentos de peso que los gobiernos obvian por esa cobardía
intrínseca del sistema político. Hoy los gobiernos son incapaces de
enfrentarse a los problemas de fondo por su coste electoral. En su
lugar, políticos y la mayoría de medios de comunicación despachan el
asunto diciendo que Europa se está llenado de xenófobos, cuando la
realidad es mucho más compleja de lo que se quiere mostrar. (...)
Y por eso se equivocan quienes piensan que con solo crear empleo, sin
tener en cuenta la precariedad salarial o la inestabilidad en el centro
del trabajo, los ciudadanos se van a quedar satisfechos. Por el
contrario, tienen razones suficientes para desconfiar de un sistema que
les promete lo contrario de lo que ofrece. Y que ni siquiera les ofrece
un trabajo decente.
El crecimiento económico, en contra de lo que
suele repetir el ministro De Guindos, no lo es todo, como demuestra el
referéndum británico. Un país no cabe en el PIB. Y la primavera
populista que ha irrumpido en nuestras vidas es el mejor ejemplo de
ello. O se gobierna la globalización o el mundo acabará devorándose a sí
mismo." (Carlos Sánchez, El Confidencial, 19/06/16)
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