2.10.15

El 'Grexit' como callejón sin salida

"(...) ¿Existía/existe la opción de salirse del euro para escapar del chantaje de los herederos de la Troika? ¿Es la salida de Grecia del euro una estrategia liberadora? Esta pregunta se puede extender al conjunto de la periferia ¿Es más prometedor, para los países de la zona euro, combatir las políticas de austeridad desde fuera del euro? (...)

(a) El Grexit provocará una devaluación inmediata de la moneda nacional con respecto al euro, una moneda particularmente fuerte y estable.

El cambio de la moneda en circulación tendría que ser decidido en el parlamento y, en todo caso, de forma muy rápida con el fin de evitar una huída masiva de ahorros. Las medidas de control de capitales, que tuvo que aplicar el gobierno tras la negativa de las autoridades comunitarias de seguir concediendo crédito de emergencia a sus bancos, tendrían que prolongarse bastante más en el tiempo con el fin de salvar el poco pasivo que aún les queda a los bancos.

La vuelta al dracma significaría una devaluación masiva de todos los activos anotados hasta ese momento en euros, incluidos los ahorros de las familias griegas. El valor de estos ahorros se reducirían a la mita de la noche a la mañana en el caso de que la conversión decidida fuera, por ejemplo, de 1€ por 0,5 dracmas (del 50%).

Este paso llevará al cierre, en cuestión de horas, de las 405 sucursales de bancos griegos abiertas fuera del país, la pérdida de 7.000mill€ en activos en cuestión de minutos, de 40.000 puestos de trabajo y el derrumbe de todo el sistema bancario con la consiguiente pérdida de una buena parte de los ahorros de los ciudadanos.

Con los bancos descapitalizados y una ruptura con los negociadores europeos se haría imposible pagar los salarios de los empleados públicos al día siguiente, los gastos de los hospitales y de las escuelas, lo cual acelerará aún más la retirada de efectivo de los bancos.

Todo el mundo querrá quedarse con los últimos euros para meterlos debajo del colchón con lo cual es posible que se produzca una limitación muy drástica del efectivo a retirar por persona con el fin de salvar casi las últimas divisas accesibles que quedan en el país. En su lugar el Estado este tendrá que fabricar rápidamente una moneda nueva con el fin de pagar dichos sueldos, distribuirla en camiones por todo el país etc, un proceso nada sencillo de hacer en poco tiempo y que duró casi dos años en Irak tras el derrocamiento de Sadam Hussein a pesar de la ayuda norteamericana que asumió en solitario la logística de la operación.

No hay tantas posibilidades de que todo esto pueda producirse de forma “ordenada” como dice la teoría: ni está previsto en tratado o acuerdo alguno, ni hay muchos mecanismos con capacidad de evitar el caos, ni hay una clase de funcionarios públicos en Grecia con capacidad y sobre todo con voluntad de llevarlo adelante sin intentar beneficiarse individualmente de la situación (ver abajo).

En definitiva: un escenario de desorden es mucho más probable que otro de orden, los ciudadanos acabarán abalanzándose sobre los supermercados y los bancos sin que el gobierno pueda hacer mucho para impedirlo.

(b) La devaluación haría disminuir la deuda anotada en dracmas pero haría aumentar en una proporción idéntica la deuda anotada en euros elevándola el peso de la deuda a más del 200% del PIB.

Los mercados financieros dejarían de confiar en la posibilidad de que los deudores griegos saldaran una deuda impagable desde todos los puntos de vista, la declaración de insolvencia sería inmediata.

Pero aquí no acaba la historia pues Grecia no podrá prescindir tan fácilmente de los mercados financieros, al menos a corto plazo, con lo cual es posible que se viera obligado a convocar una conferencia internacional para renegociar la deuda del tipo del Club de París, un gremio informal que sienta a deudores públicos alrededor de una mesa para renegociar sus deudas.

Pero el FMI seguiría jugando un papel determinante puesto que el Club de Paris sólo concede créditos a cambio de la implementación de sus programas de ajuste, programas que se moverían en un sentido muy similar al de los memoranda que ya conocemos. La bancarrota, esta vez combinada con las dificultades añadidas derivadas de un cambio de la moneda en circulación, llevaría a la solicitud de nuevos créditos: Grecia no habría avanzado ni un milímetro con respecto a su situación actual pero sería mucho más pobre.

En la conferencia se podría acordar una quita negociada de la deuda, pero la necesidad de acceder a los créditos seguiría siendo elevada, también por las razones que veremos abajo y los intereses a pagar aumentarían de forma espectacular. Para Grecia esto significaría una vuelta a la situación de hace más de un siglo en la que unos tipos diferenciales extremadamente elevados dificultaron su modernización económico-productiva e institucional (Fernández Steinko 2013). (...)

La retirada masiva de efectivo provocará una descapitalización aún mayor de los bancos griegos estimulando un proceso de fusiones de instituciones financieras con el fin de poder subsistir. Resulta ingenuo pensar que su simple nacionalización puede generar por sí misma en este escenario una mejora de la situación financiera del país.

(c) En realidad, en un escenario de Grexit ningún acreedor aceptaría sin más la denominación en dracmas de la deuda contraída en euros pues equivaldría a su reducción automática a la mitad.

La deuda no disminuiría sino que se duplicaría de la noche a la mañana hasta alcanzar porcentajes estratosféricos, tal vez superiores al 300% del PIB. Las posibilidades de financiarse en los mercados internacionales, incluso a tipos de interés usureros, se hará más y más difícil.

Es verdad que una quita unilateral de la deuda podría aliviar esta situación, aunque está por ver su coste político en un escenario internacional. Lo principal, sin embargo, es que dicha quita no reduciría las necesidades de financiación externa del país tanto para pagar a sus empleados públicos, hospitales, escuelas etc como para poner en marcha un proceso de reconstrucción productiva, un plan de inversiones públicas y privadas destinado a provocar, a medio plazo, un giro real en su situación económica pues las exportaciones -ver abajo- no van a funcionar como esperan los partidarios del Grexit.

La situación de las empresas endeudadas se haría aún más crítica que en la actualidad pues también ellas duplicarían su deuda de la noche a la mañana con la vuelta al dracma. Con ello entrarían en quiebra técnica pues sus activos tendrían menos valor que sus deudas, una situación que provocaría una distorsión completa de las relaciones de las empresas con sus proveedores y clientes nacionales e internaciones.

La financiación de sus inversiones -deuda a largo plazo- pero también aquella otra a corto plazo destinada a adquirir insumos intermedios y pagar salarios, se verían drásticamente afectada pues nadie querría hacer negocios con empresas potencialmente en quiebra. Incluso las empresas que pudieran escapar de esta situación -por ejemplo por disponer de un colchón de financiación importante- notarán antes o después los efectos del aumento de las cargas financieras en la evolución de su cash flow.

Pero no sólo: los costes de los seguros de impago de la deuda contraída en divisas aumentaría exponencialmente, en este caso no por razones especulativas como sucede en los mercados financieros internacionales sino debido a la pérdida de valor de la moneda nacional.

Las relaciones de miles de empresas griegas con el exterior se verían gravemente dañadas, una degradación que alejaría aún más el objetivo de compensar la devaluación de la moneda nacional con una potente estrategia exportadora. No habría ninguna otra salida a esta situación que solicitar nuevos créditos en condiciones más adversas que las actuales.

(d) Es casi seguro que la devaluación de la moneda provocaría efectivamente un aumento de las exportaciones debido a la mayor competitividad de bienes y servicios, preferentemente turísticos y los fletes: Grecia se convertirá de la noche a la mañana en un país mucho más barato para turistas con euros o dólares en el bolsillo, turistas que adquirirían probablemente patrimonio inmobiliario de forma masiva.

Sin embargo, ni siquiera en el caso de que los precios de los productos de exportación se redujeran en un 50%, este aumento no va a ser suficiente para compensar las repercusiones del incremento de los precios de los productos de importación que ahora se tendrán que pagar en euros y dólares comprados con dracmas (ver abajo).

La balanza comercial es un problema endémico de la economía Grecia -más incluso que el de la española- un problema que ha tendido a agravarse desde el ingreso de Grecia en la Unión Europea en 1981, es decir mucho tiempo antes de su incorporación al euro con lo cual es improbable que desaparezca con la mera salida del euro, al menos si se da en estas condiciones.

Las exportaciones de bienes y servicios tienen hoy un peso extremadamente reducido sobre el conjunto de la economía griega (del 17%), sobre todo si tenemos en cuenta las escasas dimensiones de su economía pues los países con mercados interiores pequeños tienden a tener un sector exterior mucho más importante que los grandes por razones obvias.

El peso económico del sector turístico y naviero de Grecia hay sido deliberadamente subestimado por los organismos estadísticos del país (así Bernegger 2015) y tal vez sea cierto que pueden generar un tirón económico algo mayor del que calculan los críticos del Grexit, pero esto no ha sucedido hasta ahora.

La razón es que el principal problema relacionado con las exportaciones es cualitativo: Grecia no dispone desde hace ya muchas décadas de un sector productivo con capacidad de competir internacionalmente con algunas excepciones (derivados del petróleo, elaboración de productos de alimentación, productos químicos, nuevos materiales o materiales de construcción).

La conexión entre devaluación interna -sobre todo de los salarios- y aumento de las exportaciones simplemente no funciona para Grecia como “debería” según la teoría neoclásica utilizada por muchos de los amigos -de derechas pero también de izquierdas- del Grexit (para una versión menos conservadora de esta propuesta ver Höpner 2015). Es una evidencia empírica que, a pesar de que los costes laborales absolutos cayeron en un 40% y de que los costes salariales unitarios cayeron casi un 20% desde el año 2007, las exportaciones siguen estancadas en el nivel de 2008.

La razón no es la ausencia de necesidades no cubiertas por la producción nacional, ni tampoco la insuficiente caída de los salarios sino la destrucción acumulada del tejido productivo griego que impide generar a corto plazo productos y servicios lo suficientemente competitivos internacionalmente. No va a haber, no puede haber un aumento significativo de las exportaciones sin una modernización de dicho tejido y sin una ampliación drástica del mismo.

Esto incluye al propio sector turístico cuya modernización está aún pendiente si se quiere que compita con otros destinos low cost del Mediterráneo como la propia España o Turquía. Por lo demás, no hay que sobrestimar la aportación del turismo “todo incluido” -que es el que requiere de una cantidad menor de inversión por turista- al aumento de los ingresos por divisas pues esta muy controlado por los tour operadores extranjeros que son los que se llevan el grueso de los beneficios. (...)

Sólo un programa de inversiones puede colocar a la economía griega en una posición comercial sustancialmente mejor en el plano internacional como para poder compensar los desarreglos provocados por un hipotético Grexit. Y para hacerlo hacen falta créditos, créditos para los que, como mínimo en los primeros meses, habrá que acudir a los mercados financieros (ver arriba).

(e) Pero problema del sector exterior no quedaría resuelto sólo con las exportaciones y su mejora, y menos aún en un escenario de desconexión financiera pues habría que reducir, al mismo tiempo las importaciones de forma drástica con el fin de reducir la demanda de divisas y evitar un desabastecimiento grave de la población.

Tampoco este es un problema fácil de resolver pues depende de la velocidad a la que sea posible recomponer el tejido productivo para orientarlo hacia la exportación lo cual no es inmediato ni siquiera en el caso de que se consiga acceder de forma rápida a recursos financieros externos.

Grecia importa hoy no menos del 48% de sus alimentos y del 82% de toda su energía -hasta el 90% de los combustibles fósiles- que consume anualmente. El precio de estos productos, ambos esenciales para mantener viva la reproducción económica y social, sufrirían un rápido aumento debido a la devaluación de la moneda nacional sin que se pueda poner en marcha una producción propia en cantidades equivalentes, sobre todo de combustibles fósiles.

Este escenario generará casi con toda seguridad una hiperinflación importada, es decir derivada del aumento del precio de los productos de importación, algunos de ellos de primera necesidad. La consecuencia es una reducción adicional de los ingresos reales de los griegos, un debilitamiento adicional de la demanda interna y un aumento, también adicional, del desempleo.

No está muy claro que un gobierno -de izquierdas o de derechas- pueda soportar por mucho tiempo una situación así, máxime si se combina con la desconexión de los mercados financieros internacionales, y máxime si dicho gobierno no ha tenido nunca un mandato para sacar al país del euro. (...)

(f) Una moneda débil como el dracma tendría entre pocas y nulas posibilidades de defenderse frente a los ataques especulativos de los mercados pues para ello hacen falta cantidades considerables de divisas para sostener la moneda propia.

Grecia no dispone ni va a disponer -desde luego ni a corto ni a medio plazo- de esas divisas pues su balanza de pagos no cosecha superávits desde hace varias décadas.

Esto quiere decir que su moneda va a ser objetivo de ataques especulativos, sobre todo -aunque parezca paradójico- cuando esta reciba un respiro, por ejemplo con la hipotética inversión de capitales rusos o chinos.(...)

(g) Un aspecto muy relevante que no se suele tener en cuenta a la hora de pintar escenarios, es la situación de la administración pública griega y su incapacidad de llegar a cabo un cambio tan complejo y en tan poco tiempo como el que exigiría un Grexit.


Este requiere no sólo de un funcionamiento ágil y altamente centralizado, sino de un nivel de disciplina y discreción que es lo último que se da dentro de la actual burocracia griega agujereada por el clientelismo. (...)

Los que han creado la situación actual en Grecia -las élites funcionales y patrimoniales- son los que hoy disponen de más euros colocados dentro pero sobre todo fuera del país, divisas que dichas élites podrían revalorizar rápidamente en una situación de Grexit. Una parte -desde luego no toda- de los los 43.000mill€ que hoy están escondidos debajo de los colchones en Grecia, un 60% más que a principios del año 2015- cuyo valor real en dracmas se triplicaría en el mercado negro, pertenecen a este grupo social.

Son cantidades importantes que invertirían en activos, sobre todo inmobiliarios vinculados al sector turístico generando una especie de acumulación originaria que les daría un poder social adicional. A este patrimonio había que sumar los euros que ya han conseguido sacar del país y que duerme un sueño apacible en cuentas suizas, alemanas y londinenses.

Este grupo social, que no tiene nada que perder sino sólo que ganar con el Grexit, es llamado la “fracción del dracma” e incluye una buena parte de las viejas familias políticas griegas. Está más que presente en las deliberaciones del gabinete de Tsipras porque, a parte de defender la vuelta al dracma, son los principales enemigos de un posible proyecto de modernización social, económica y administrativa del país basado en un criterio de justicia social y sostenibilidad.

(h) El escenario que se presenta con el Grexit es, por tanto, el de una grave crisis social, aunque no para todos los griegos.

La “fracción del dracma” mejorará sustancialmente su ya privilegiada posición social así como, en menor medida, otros grupos vinculados a los sectores vinculados a la generación de divisas y a las transacciones internacionales. Pero el grueso de la población saldría claramente perjudicado, incluida esa parte de la clase media que aún no ha desaparecido y que ¡representa una parte importante de la población.

La agencia Bloomberg ha calculado que, tras la caída del PIB en un 25% en años pasados, una disminución de otro 10% provocado por un Grexit (un escenario más bien optimista) provocaría un colapso político y económico completo.

Algunos autores ven en este paso incluso un “arma de destrucción masiva” tanto de su sistema financiero como de la sociedad en su conjunto (cit en 2015 Salomon) de consecuencias serían comparables a las que se vivieron en Rusia tras la implementación del llamado “Programa de 500 días” en los años de Yeltsin.

Es verdad que hoy cuatro de cada diez griegos son pobres pero esto no quiere decir que las cosas no puedan empeorar aún mucho más pues la vuelta al dracma reduciría el valor de los sueldos y las pensiones otra vez a la mitad tras caer en un 40% desde 2007. Además, como hemos dicho, la hiperinflación importada se comería otra parte de los ahorros en cuestión de días. (...)

¿De qué vivirán los griegos, en el mejor de los casos durante un período de transición que puede durar entre 3 y 48 meses además de su dignidad y de su heroísmo frente al Goliath europeo?

Un programa humanitario financiado por la Unión Europea, cuyo importe podría alcanzar una cifra superior al coste de la cancelación de toda la deuda griega, es un frágil consuelo pues, aunque costoso, un programa así no está pensado para reconstruir una economía nacional sobre bases productivas con lo que no abriría ninguna perspectiva de futuro.

(i) La recuperación de la soberanía política es uno de los argumentos esgrimidos por los defensores del Grexit.

Es verdad: Grecia no es un estado plenamente soberano desde que firmó el Primer Memorandum y el Tercer Memorandum no va a cambiar muchos las cosas en este sentido.

Pero la cuestión política central no es querer recuperar la soberanía sino cómo hacerlo con los recursos de los que dispone ¿qué puede suceder con lo poco que resta de su soberanía si abandonara el euro y se viera directamente expuesta a los mercados financieros?

Las fuerzas del mercado le podrían imponer una auténtica dictadura como hoy se la imponen a numerosos países reforzando su subdesarrollo pues sus débiles estructuras estatales no dan para una acción política realmente soberana. Sus ciudadanos son plenamente conscientes de ello y sólo así se puede explicar el escaso apoyo con el que cuenta la vuelta al dracma a pesar de todo lo que han venido sufriendo hasta ahora.

El derrumbe de una sociedad no provoca automáticamente el florecimiento de una más justa y solidaria. Todo lo contrario. Hay muchos ejemplos de crisis sociales graves que conducen al auge de las opciones (neo)fascistas, máxime si, como en este caso, se dan en el contexto de una grave crisis migratoria en países vecinos.

En definitiva: lo que le ha llevado a Tsipras a firmar el 3.M es la convicción de que el Grexit es más un callejón sin salida que el principio de una historia de liberación. Puede ser que se haya equivocado, pero es improbable.

Hoy por hoy provocaría una destrucción aún mayor del tejido social, financiero y productivo griego haciendo más difícil aún la reorientación de su economía, no habría permitido salvar los ahorros de sus ciudadanos que aún existen y habría provocado una cadena adicional de quiebras empresariales y de lo que queda de su sistema financiero: la mayoría de los griegos piensan algo parecido.

Además, el proyecto del gobierno de Syriza no acaba aquí pues se trata de ganar tiempo y oxígeno financiero para acumular fuerzas en un guerra de posiciones destinadas a abordar los problemas estructurales del país que no empezaron con la crisis de 2008 sino mucho tiempo antes. (...)" (Armando Fernández Steinko, 30/09/2015)

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