"La negociación con Grecia para imponer condiciones presupuestarias al
Gobierno Tsipras, bajo amenaza de salida del euro, es fundamentalmente
política. Aunque se disfraza de medidas económicas proclamadas
necesarias por los técnicos de la troika que oponen racionalidad
económica a irracionalidad política.
En la raíz del problema, la
impagable deuda publica griega. Impagable porque la mayoría de expertos
internacionales consideran que no se puede pagar, salvo en un larguísimo
plazo. Eso es la reestructuración de la deuda. Porque con intereses que
representan una tercera parte del presupuesto, no hay capacidad de
gasto público para reactivar la economía, y sin crecimiento y sin
captación fiscal el problema se agrava.
Los gobiernos europeos nacionalizaron la deuda privada griega para
salvar a los bancos griegos endeudados con los bancos alemanes y
franceses que les habían prestado de forma insensata. Banco Central
Europeo (BCE) y Fondo Monetario Internacional (FMI) dieron dinero al
Gobierno griego para absorber la deuda bancaria que así pasó a ser deuda
pública.
Entonces, ante la incapacidad del Gobierno griego de pagar los
intereses de la deuda los acreedores internacionales, representados por
los hombres de negro, pasaron a supervisar directamente las decisiones
presupuestarias de Grecia para asegurar el cumplimiento de sus
instrucciones. Grecia perdió por completo su soberanía y los griegos
sufrieron en sus carnes, sin tener arte ni parte en la corrupción y mala
gestión de sus dirigentes financieros y políticos, el más duro ajuste
de cualquier economía europea.
Pero como las sociedades son algo más que
la economía, la reacción social y política en Grecia condujo a Syriza
al Gobierno. Con la promesa de que no se aceptaría la dictadura de la
troika y que se negociaría una salida pactada de la crisis. La
estrategia de Tsipras es sencilla y razonable.
Si nadie quiere la salida
de Grecia del euro, que podría provocar una estampida contra la divisa
europea en los mercados globales, pactemos una reestructuración de la
deuda a largo plazo, con ayudas temporales de las instituciones europeas
para cubrir los pagos más inmediatos mientras surten efecto medidas de
reforma administrativa y estímulo económico que sitúen a Grecia de nuevo
en la senda del crecimiento.
Pero con una condición: aliviar de
inmediato la miseria que sufre una gran parte de la población griega,
porque lo insostenible es la crisis social. En particular no incrementar
la presión sobre las pensiones, reduciéndolas todavía más. Este es el
caballo de batalla de la negociación.
Porque en el 52% de los hogares
griegos la pensión es el principal ingreso, en una economía marcada,
como la española, por el paro. Y no son pensiones de lujo como publican
los medios alemanes. El 45% de los 2,5 millones de jubilados cobran
menos de 665 euros al mes, y sólo un 14% supera los 1.000 euros.
Es
cierto que en un sistema político clientelar como fue el griego se
permitió la jubilación a los 52 años en algunas “profesiones de riesgo”,
y esto Syriza acepta cambiarlo. Al igual que limitar las
prejubilaciones. Pero se niega Tsipras a eliminar el subsidio especial
para el 40% de las pensiones más bajas, que no permiten vivir a la
gente.
Por otro lado, para limitar el déficit publico, sin proceder al
despido masivo de trabajadores y sin congelar la economía, Syriza
propone, además de incrementar el IVA, aumentar considerablemente los
impuestos para las clases altas y para las grandes empresas, lo cual
parece obvio: se obtiene el dinero de donde está. Curioso que el FMI se
haya opuesto precisamente a este aumento impositivo, con el típico
argumento de que esto reduciría el empleo.
Argumento clásico y falaz,
porque las grandes empresas (a diferencia de las pymes) no emplean en
función de sus impuestos, sino de sus perspectivas de mercado, según se
ha demostrado en Estados Unidos, donde el mismo argumento se utiliza
reiteradamente. En parte porque los tecnócratas viven en la puerta
giratoria entre sus funciones públicas y su trabajo para las grandes
empresas.
Pero la madre del cordero es política porque Merkel y demás políticos
norteuropeos se enfrentan a un electorado que rechaza cualquier ayuda a
los supuestos conciudadanos europeos. Y por tanto no pueden decir la
verdad: que se tienen que tragar la deuda que ellos crearon para salvar a
sus bancos.
Y por consiguiente tienen que castigar a Grecia el máximo
posible, para proclamar el triunfo de la disciplina de austeridad. Pero
sin romper la cuerda, porque nadie, y Alemania menos que nadie, se puede
permitir un Grexit que ponga en peligro el euro. Hoy día, las encuestas
muestran que la mayoría de europeos consideran un error la creación del
euro, pero al mismo tiempo no quieren salir del euro porque temen, con
razón, una catástrofe financiera.
En el trasfondo de la negociación con Grecia hay una cuestión
fundamental: la pérdida de la soberanía popular con respecto a
decisiones esenciales para nuestras vidas. Por eso se quiere doblegar a
Syriza, que insiste en presentar en el Parlamento la marcha de las
negociaciones. No es sólo soberanía nacional, aunque en el caso de
Grecia sí lo es, sino popular. Es decir, que los técnicos deciden lo que
debe ser menospreciando al ciudadano. (...)" (La Vanguardia | Manuel Castells, en Revista de prensa, 27/06/2015)
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