"(...) Se ha acabado por aceptar de forma generalizada que el incremento de
la esperanza de vida y la baja tasa de natalidad conforman para el
futuro una pirámide de población que pondrá en graves dificultades el
mantenimiento del sistema público de pensiones.
Lo que de ninguna manera
tiene por qué ser cierto. Tal argumentación olvida variables tales como
la incorporación de la mujer al mercado laboral, la emigración, incluso
el empleo, porque de nada vale que la evolución demográfica sea la
correcta si el desempleo es cuantioso. Con cinco millones de parados no
tiene sentido incrementar la edad de jubilación.
Tras muchos años de bombardeo ideológico, nos hemos terminado
creyendo que la reducción del coeficiente activos/pasivos imposibilita
el nivel actual de las pensiones. Pero tal planteamiento debe superarse.
Lo importante no es cuántos producen, sino cuánto se produce. Hay tener
en cuenta la productividad.
Cien trabajadores pueden producir lo mismo
que mil si su productividad es diez veces superior, de manera que los
que cuestionan la viabilidad de las pensiones públicas cometen un gran
error, al fundamentar únicamente sus argumentos en la relación del
número de trabajadores por pasivo, ya que, aun cuando esta proporción se
reduzca en el futuro, lo producido por cada trabajador será mucho
mayor.
Quizá lo ocurrido con la agricultura pueda servir de ejemplo.
Hace cincuenta años, el 30 % de la población activa española trabajaba
en agricultura. Hoy, tan solo el 3 %, pero ese 3% produce más que el 30%
anterior. En resumen, un número menor de trabajadores podrá mantener a
un número mayor de pensionistas.
La esperanza de vida, la pirámide de población y la proporción entre
activos y pasivos no son las variables significativas si se quiere
analizar la viabilidad o inviabilidad del sistema público de pensiones,
sino la evolución de la renta per cápita.
Si la renta per cápita crece,
no hay motivo, sea cual sea la pirámide de población, para afirmar que
un grupo de ciudadanos (los pensionistas) no puedan seguir percibiendo
la misma renta. Si la renta per cápita aumenta, las cuantías de las
pensiones no solo no deberían reducirse, tendrían más bien que
incrementarse por encima del coste de la vida.
El problema de las pensiones hay que contemplarlo en términos de
distribución y no de carencia de recursos. En los últimos treinta años
la renta per cápita se ha duplicado y es de esperar que en el futuro
continúe una evolución similar.
Si es así, resulta absurdo afirmar que
no hay recursos para pagar las prestaciones de jubilación, todo depende
de que haya voluntad por parte de la sociedad, y especialmente de los
políticos, de realizar una verdadera política redistributiva. Solo el
hundimiento de la economía podría poner en peligro real el sistema de
pensiones. Pero entonces no serían los jubilados los únicos que tendrían
problemas.
Pero ello nos conduce a la existencia de otro sofisma muy extendido y
que también han ido asimilando las izquierdas: la creencia de que el
sistema público de pensiones debe ser financiado exclusivamente con
cotizaciones sociales; lo que nos introduce en la trampa de la relación
activos-pasivos, amén de tener que sostener la presión constante de los
que piden que esta figura impositiva disminuya, al tratarse de un
gravamen al trabajo.
En cierta forma, la culpa ha sido del Pacto de
Toledo con su reiterada separación de fuentes, que ha dado lugar al
equívoco de entender que la Seguridad Social es un sistema cerrado y
autosuficiente separado del Estado. ¿Por qué la sanidad, el seguro de
desempleo o las carreteras tienen que financiarse con impuestos mientras
que las pensiones deben hacerlo con las cotizaciones sociales?
Es el
Estado con todos sus ingresos el que debe asegurar que todos los
trabajadores en su vejez cobren una prestación digna. El obstáculo no
estriba en la pirámide de población o en el incremento de la esperanza
de vida, sino en las reformas fiscales que hacen más regresivos los
sistemas tributarios y minan la capacidad recaudatoria de los impuestos. (...)
Muy pocos ciudadanos en este país podrían permitirse el lujo de
costear todos estos servicios, incluyendo la sanidad, con sus propios
recursos. ¿Cuántos españoles tienen capacidad de ahorro en cuantía
suficiente para garantizarse una jubilación digna? La única dificultad
se encuentra en que, bajo el imperio del neoliberalismo económico, la
tendencia es la contraria. Más sector privado y menos público.
El pronosticado envejecimiento de la población de ninguna manera hace
insostenible el sistema público de pensiones, pero sí obliga a dedicar
un mayor porcentaje del PIB no solo al gasto en pensiones, sino también a
la sanidad y a los servicios de atención a los ancianos y a los
dependientes. Detracción, por una parte perfectamente factible y, por
otra, inevitable si no queremos condenar a la marginalidad y a la
miseria a buena parte de la población, precisamente a los ancianos; una
especie de eutanasia colectiva.
En este tema como en otros muchos, si la izquierda está perdiendo la
contienda es tan solo porque antes ha perdido la batalla ideológica y ha
terminado por asumir el discurso de la derecha y dado por bueno sus
argumentos. (...)" (Juan F. Martín Seco, República, 16/05/2015)
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