"Recién nacida la chiquilla llegaron del Materno en el
taxi al barrio de El Lasso, sin dinero para pañales y leche maternizada, en
aquella montaña desarbolada, reseca, erosionada y parte del viejo municipio
isleño.
Allí en el cercano colegio quien llevara el bollicao o la manzana verde
era casi un privilegiado en unas mañanas lectivas de sueño y tristeza. Yanira
gemía placida en su cunita del 5º B, su madre sola desde antes de nacer trataba
de enjugar el negro futuro, no quedaba esperanza.
Los abuelos susurraban en el salón el mal momento
para que llegara otro miembro a la familia, ahora precisamente que no tenían
nada, que sobrevivían gracias a las cuatro latas de atún y las bolsas de arroz
que una vez por semana recogían en la parroquia.
Ginés no dijo nada, solo miraba a la niña que buscaba el calor en su lecho, un pecho donde mamar. La madre lloraba en la otra habitación, no le quedaban fuerzas para vivir, para asumir esa nueva etapa de su vida sin trabajo, después de que fue despedida del súper tras un contrato basura con un salario de mierda. (...)
Ginés no dijo nada, solo miraba a la niña que buscaba el calor en su lecho, un pecho donde mamar. La madre lloraba en la otra habitación, no le quedaban fuerzas para vivir, para asumir esa nueva etapa de su vida sin trabajo, después de que fue despedida del súper tras un contrato basura con un salario de mierda. (...)
En el estado español hay más de 58.000 lactantes como
Yanira, en situación hambre y desnutrición, junto a los 3 millones de niños y
niñas que malviven bajo el umbral de la pobreza. (...)" (Viajando entre la tormenta, 17/04/2014)
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